Cuando cierro los ojos, te siento, te huelo, te escucho, te veo y este cúmulo de experiencias me hace sentir vivo, pleno, mi corazón late con fuerza, se me va el aliento, no puedo pensar... y tal como un adolescente, yo adolezco de ti; cuando abro los ojos, cuando debo salir de nuestro lugar de encuentros secretos, clandestinos, donde nadie nos ve, no nos vigilan.
La luz que entra en mis pupilas poco a poco me va quitando el vigor. Qué ironía, ¿no? lo que llamo vida, no comulga con el día, es en la sombra donde te encuentro con frecuencia de la manera más perfecta, perfecta, al menos para mi.
Me ahogo en tu perfume, en tu mirar, divago entre tus piernas sin más, sueño con sentir tu respiración próxima a mi oreja, no quiero despertar porque sé que te me vas, no acepto la renunica, me niego al malestar.
Y entonces, tengo dos vidas, en una sobrevivo, atento a cualquier indicio que me lleve a ti, las formas, las maneras, brindan sociego a mi deseo. Pero en la otra vida existo, me encuentro a mi mismo cuando veo tu rostro, cuando toco tu piel y siento el calor que emana de tu alma, de tu cuerpo, todo solo cuando te imagino.